domingo, 12 de febrero de 2012

Y aunque a él le importaban poco, las palabras que ella trató de decirle eran algo, existían. Desde allí, ella aprendió a callar.

lunes, 6 de febrero de 2012

Para recordar

Este texto no tiene mucho que ver con los otros, ni tampoco con los que vendrán. Solo quiero escribirlo para tenerlo ahí, siempre, para recordarlo.

Volví.

miércoles, 21 de julio de 2010

Voy a dejar que mis emociones surjan disfrazadas de palabras, y aunque el texto no tenga nada que ver con el sentimiento, la lógica inexistente en la historia estará implícita para mí.
Como aquéllos ya pasados que propusieron escribir sin pensar antes en el significado estructural de tu creación, así mismo todo lo que se lee aquí es sólo un refugio, oscuro y atrapado, de todo lo que se oculta atrás de las sílabas.
¿Lo entiendes? Ya me cansé de usar el orden del mundo para expresarme, hoy necesito inventar uno nuevo, uno propio, solo mío y tan real como los demás. Un orden extraño, un orden sin palabras exactas y literales, lleno de metáforas y paisajes fantásticos tras lo que los demás juzgan como composiciones lingüísticas de primero, segundo o tercer nivel.
¿Sabes de qué estoy hablando? No hablo solamente del lenguaje, no hablo solamente del dialecto, de la expresión o de la clase de Literatura que te dan de cuarto a sexto curso de secundaria. Hablo del mundo, de su forma, de sus máscaras, o mejor dicho, de las máscaras que les creamos. Hablo de las normas sociales que en ocasiones no son buenas, hablo de los discursos hermosos que se convierten en palabrería cuando surge una inquisición, hablo de cada ser humano que se mira al espejo sin mirarse, para no tener que aceptar, que darse cuenta que detrás de ese traje o aquella sonrisa los miedos al paso del tiempo le comen sin tregua.
Hablo de ti. Hablo de mí. Hablo de mi deseperación en la tarde por miedo de que no avance, o de que si lo hago. Hablo de mi incomodidad al escuchar que no todo es como era antes, de mi sensación de que vuelvo a ser yo mientras a mi alrededor las cosas aín no se solucionan, de mi necesidad de verter con palabras las inexplicables emociones que llevo dentro.
Muy bien, ya se cumplió mi hora de charla. Debes sentirte bien ¿no? Pensando que, afortunada mente, tus años de estudio y tu pasado normal te trazaron una línea infranqueable entre tu lado y mi lado del cuarto. Peor, sabes, al final no somos tan distintos, ni tu, ni yo, ni el resto de mortales que se creen cuerdos fuera de estas paredes blancas que algunos días te hacen sentir enfermo.
¿Sabes por qué lo digo? Porque yo también suelo pensar como tú, con esa linealidad quieta y tranquila de la razón, y aún así, hay momentos en que el espejo devuelve mi reflejo y todos los pensamientos se revuelven y el miedo y la alegría y la euforia se mezclan para hacerme pensar todo lo que antes te dije y tú fingiste escuchar.
Y sí, la forma en que me miras ahora me responde que entiendes, ¿cierto? Porque hay días, o tal vez instantes, en los que también ves eso en el espejo, sólo que tu objetividad te enseñó a dejar eso a un lado, callar esa sensación lo suficiente para poder escuchar durante quince horas seguidas las quejas y sueños de los pobres desquicia dos, o afectados, según sea el nivel de desequilibrio.
Cómo dije, ya se acabó mi hora, así que, me voy a la sala de lado para vivir lo que ya decidí aceptar. Por cierto, tranquilo, voy a esperar pacientemente el día en que tú también lo decidas.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Adiós

Sentada, frente al computador, con toda la atención puesta en las palabras de su escrito, parece casi una parte más de la máquina, y no el ser que la opera. Está inquieta. El cambio constante de los números en el reloj de la esquina inferior derecha le demuestran que cada vez tiene menos tiempo para escribir la carta.

...¿Y si no lo logra? ¿Si llega a su puerta cuando ya se haya ido?... ¿Si su miedo y cobardía hacen que él jamás lea lo que ella le quiere decir?...

Lo que pasa a su alrededor le es indiferente. Teclea como si sus dedos cruzaran la carrera más importante de su vida. Al final, esa carta es la carreara má importante de su vida y, según el reloj, sólo tiene tres minutos para acabarla a tiempo.

... Conocerlo hace tres meses había sido una gran coincidencia, pero ella no creía en las coincidencias, entonces era una gran oportunidad...

Dos palabras más, su nombre sellando el escrito que más que palabras es su percepción de la vida puesta en papel, y la carta está lista. Ella se levanta, recoge el papel impreso y camina hacia la puerta de salida. El corredor que separa su estudio de la puerta se hace extrañamente largo, peligroso, oscuro. Ella camina, con el corazón acelerado y la mente en la puerta de al lado.

... Ya no importa mucho el miedo, está es la última opción, el terror a ser criticada por ser diferente es mucho más pequeño que saber que el se vaya sin haberse enterado de quién era la chica que dice que le Ama...

Abre la puerta y sale al mundo exterior. Tal vez por nervios, o por lo que sea, su mirada está fija en el suelo, sin regresar a ver hacia nada.

...No, ya no es momento de pensar, no va a recordar nada más, en este momento, lo importante es sentir estos últimos pasos antes de llegar...

Está recorriendo los últimos pasos antes de llegar a la puerta blanca de la casa de al lado. Aún no levanta la mirada, si la puerta está abierta y el interior está oscuro ya es muy tarde. Llega al tope, al punto en que no hay nada má por hacer que decidir mirar lo que tienes al frente. La puerta está abierta, pero en el interior de la csa están todas sus cosas, intactas.

...¿Aún está ahí? ¿fue tan pronta su salida que no se llevó nada?...

Despacio, muy despacio, se inclina para dejar el escrito en el suelo. Se da la vuelta, respira hondo, y camina de regreso pro el mismo camino que hace unos minutos. Ya todo está hecho, no sabe si la carta llegará a las manos correctas o se irá a la basura como tantos papeles que parecen no tener importancia, por lo pronto, acaba de alzar la vista hacia su alrededor, hacia el cielo...
No sabe qué va a pasar, pero, por el momento, la luz mágica de la tarde a punto de desaparecer parece ser lo más importante para estar bien.

jueves, 7 de mayo de 2009

"Jamás" (cuento final)

- ¿Falta muhco para llegar?- Me preguntó Sam. Él era una de las pocas personas que no me sacaban de quicio por su impaciencia.
- Ya falta poco, tranquilo. El bus ya mismo se detiene.
Yo estaba feliz, completamente perdida en las montañas y el cielo, que a través de la ventana del bus se veían como un cuadro hermoso, inspirador. Podría describirlo como una gama de verdes, complementados con el azul, el blanco y las pequeñas partes de café de las zonas llenas de tierra.
Sí, yo los describía así, pero me gustaba más la descripción que Sam me había dado: "Mmm... Predomina el cítrico, de eso no hay duda; también siento un olor frío, debe ser el cielo, y hay tierra, sí, el color arenoso me pica la nariz".

Mi amigo Sam era ciego, pero podía oler los colores.

Cuando el bus se detuvo, Sam saltó se su asiento, estiró los brazos para caminar seguro, y bajó del bus. Yo salí presurosa trás de él, pero la gente de los otros asientos se interpuso entre ambos. Cuando salí, el aire frío de la mañana refrescó mi cuerpo. Sam estaba a un metro de distancia, esperándome.
- ¿por qué te tardaste en bajar?
Olí varios efluvios de la gente, pero no el tuyo, creí que me había perdido.
- Eso sonó asqueroso ¿Sabes?. Además, eso te pasa por apurarte, mejor ya no te alejes, ¿ya?. Ni tú ni yo conocemos bien esta ciudad.

Sólo veníamos de visita un día. La tía de mi mamá me había invitado a pasar en su casa, y yo había aceptado con gran gusto. El único recuerdo que yo tenía de la casa a la que nos dirigíamos era un fogón muy antiguo, en la esquina de un cuarto que en mis recuerdos parecía borroso.
Apenas planeé el viaje llamé a Sam. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para llevarlo, me encantaba pasar con él, su compañía me llenaba mucho.

Salimos del terminal de buses en medio de un centenar de gente, y luego de una caminata de veinte minutos estábamos frente a aquella puerta negra que me transmitía familiaridad.
La tía nos dió la bienvenida. Ella no había cambiado. Aunque su piel estaba más descuidada, su postura un poco más encorvada y las canas en su cabello ahora ocupaban más espacio, ella seguía siendo la misma, con su sonrisa sincera y sus ojos brillantes.
Fuimos a la sala y conversamos largo rato, de la familia, de los recuerdos, de los amigos, de Sam, de su condición, y, como todo aquél que le oía, la tía se quedó maravillada ante la posibilidad de oler colores.
Cuando llegó la hora de comer, la tía, Sam y yo decidimos ir a los sembríos para coger unos choclos.

El paisaje era hermoso: un camino de piedra y tierra, ancho, bordeado por hierba crecida naturalmente, un poco más allá, los campos sembrados, con los maizales creciendo en conjunto, tan armoniosamente. Y a mi lado, Sam, que sin darse cuenta completaba el paisaje, convirtiéndolo todo en mi éxtasis personal.

- Hay mucho verde, ¿cierto?- preguntó en mi dirección.
- Sí, y de muchos tonos.
- Lo sé, siento muchos cítricos- sonrió. También huele a café, supongo que es la tierra. Siento el olor de los choclos también por su color, a más de su aroma, es extraño, una mezcla entre verde y amarillo.
Me encantaba eso, cómo se sorprendía de las nuevas mezclas de colores, cómo su curiosidad y su olfato lo hacían único, cómo me hacía conocer cosas que en mi mente no existían. Y por eso lo Amaba, aunque jamás se lo fuera a decir. Jamás.

Mientras recogíamos los choclos, la tía nos contaba de las leyendas de la región. Cuando tuvimos suficiente comida para los tres, emprendimos la retirada, la tía comenzó a caminar adelante de nosotros para guiarnos, o tal vez para dejarnos solos.
Estábamos a poca distancia de la casa. Yo caminaba tranquila, hasta que me di cuenta de que Sam ya no estaba a mi lado.
Me detuve, di la vuelta y lo vi ahí, parado, con un gesto extraño, olfateando algo.
- ¿Qué pasó?- Le pregunté, caminando hacia él.
-Huelo algo- dijo, alzando la nariz- sé que debo parecer un perro que busca rastro- bromeó.
- No digas eso.
- Tranquila, sólo es broma. Pero en serio, huelo algo, algo nuevo. No me gusta.

La cara de Sam me mostró que no bromeaba, y eso me puso nerviosa.

- ¿Es un color?
- No. Creo... Creo que es un ambiente. No sé, lo siento como un aire denso, es... ¿Oscuro?... es un olor sombrío... ¿Me entiendes?
- La verdad no, pero mejor ya vamos, la tía se está alejando.
- Sólo cinco minutos.
Terminó la frase y comenzó a caminar hacia la izquiera, por una parte de campo que crecía salvaje. Lo seguí sin pensar en nada. No entendía su curiosidad esta vez, mi intuición me guiaba hacia la seguridad de la casa de la tía, pero no quería dejarlo solo.
Nos internamos en ese sendero improvisado sin decir palabra. Él olfateaba por todas partes y yo aguzaba el oído, mientras sentía como cada fibra de mi cuerpo temblaba del miedo.
Seguía mi caminata temorosa y callada, hasta que me choqué contra la espalda de Sam, estaba tan concentrada en mirar a los lados, que no me fijé en que él había interrumpido su caminata, y se tapaba la nariz desesperado, mientras señalaba con la mano al suelo.

Ahí, en el lugar en el que señalaba mi amigo, estaba un hombre adulto, acostado en la hierba, dando sus últimos respiros debido a un montón de sangre en su estómago. Le habían herido.
Me quedé helada. El ver a una persona agonizar, a punto de morir, era algo que nunca quise ver. Causaba una sensación de vacío e impotencia, que aumentó drásticamente cuando el hombre dió su respiro final, y murió. Sam y yo, dos desconocidos en la vida de aquel pobre, habíamos sido los únicos testigos de su muerte.

Llamé a la policía y llegó en cuestión de minutos, algo que me sorprendió debido al recóndito lugar en el que nos encontrábamos. Los médicos, que llegaron también, dijeron que la víctima había sido herida máximo media hora antes.
Luego de las preguntas de rigor, nos llevaron a casa de la tía, quien se impresionó mucho al oír la historia.

El fogón segúía en la esquina del cuarto. Las llamas evocaban un calor que yo no sentía debido la sensación de tristeza que aún me acompañaba. El cuarto que antes no recordaba era la cocina, con paredes blancas y piso de tierra.

Sam y yo estábamos callados ahora. Habíamos hecho un descubrimiento algo perturbador. Él, a más de los colores, olía a la muerte, a la presencia que traía consigo la muerte al momento de llegar. Eso no era un cambio en la vida práctica, pero eso quería decir que él sabría si alguien estuviera atravesando sus horas finales.
Ese pensamiento me removió los nervios hasta lo más profundo, y la pequeña cocina en la que estábamos se torno extraña, tétrica.

Intenté perderme en la visión del fogón, pero un movimiento de Sam me hizo prestarle atención.
- No te asustes- Me dijo, girando el rostro hacia mí-, pero el olor de hoy en la tarde está volviendo. Aún lo siento débil, pero sé por su efluvio que se dirige hacia acá, a este cuarto.

Si lo que Sam decía era cierto, uno de los dos estaba atravesando sus horas finales. Eso me hizo actuar. Frente a la muerte, la palabra "Jamás" perdía todo su significado.

- Sam, ¿quieres venir a mi lado un momento?. Tengo algo que contarte.

martes, 5 de mayo de 2009

Arte




El artista que más me impresionó fue Von Hagens, pues nunca habría imaginado una exposición artística con cuerpos reales disecados. No considero que sea algo monstruoso o algo malo, simplemente me parece que es una forma real muy poco esperada de mostrar la anatomía. Escogí esta imagen en especial, porque se me hace imposible imaginar lo que el autor debe haber pensado mientras preparaba al cuerpo de la mujer con el bebé dentro. No sé si yo llamaría arte o no a esto, no soy quien para juzgar. Pero de lo que si estoy segura es que no hubiera sido capaz de preparar una exposición como esta, aunque tal vez si iría a verla, por la curiosidad innata de mi personalidad y porque siempre he creído que para juzgar algo debes conocerlo, y tener argumentos para abogar a su favor, o en su contra.


Dos extraños. (Judiciales)

Demasiados problemas tenía la familia al saber que el tío había sido capturado por las FARC, como para aceptar fácilmente que la nena tenía una hermana gemela que recién conocía.

Yo sólo atinaba a mirarlos desde lejos, dos personas recién llegadas a un círculo familiar que no estaba acostumbrado a tenerlos como parte de él.  Se notaba su incomodidad: ambos miraban de un lado para el otro, sin saber en dónde enfocar la vista, incómodos por el exceso de atención que los demás les dábamos. No sé si fue consciente o inconscientemente, pero mi madre había colocado las sillas de ambos en el centro de la sala, un cuarto de tamaño normal, pintado de color blanco, con ventanas al lado izquierdo y una puerta negra de metal que en esos momentos estaba abierta, debido al calor que producían veinte personas sentadas muy juntas, más dos que estaban en el centro sin saber que hacer.

La reunión transcurrió lento, y a pesar de que el ambiento bajo el nivel de tensión, los dos extraños no se abrieron para hablar con la familia. El tío parecía cohibido, ya no era el hombre alto y gracioso que yo recordaba, era sólo un señor flaco y ojeroso, que se mantenía callado, mirando a su esposa. La gemela de la nena era idéntica a ella físicamente, pero estaba callada y mirando al vacío, mientras su hermana trataba de sacarla a bailar.

Cuando era tarde lo único que cambió fue que ellos dos empezaron a conversar, y ahí su forma de ser fue otra. Entre ambos conversaban con toda comodidad, como si se llevaran desde antes. Reían, comentaban bajo, y en dos ocasiones los vi con lágrimas en los ojos, sin saber por qué.

Cuando llegó la noche los veinte que estábamos alrededor estábamos de mal humor por no haber conseguido las historias de los invitados. Mientras tanto, el tío y la gemela parecían haber entablado una buena amistad. Yo estaba enojado. La familia tenía muchos líos, y ahora esos líos se habían hecho amigos entre sí, para consolarse el uno a la otra mientras nosotros nos quedábamos sin la portada del diario de mañana.

Me levanté de la lejana silla en la que había permanecido toda la velada y caminé con disgusto hacia la puerta. Al caminar alcancé a oír sólo dos frases que dijeron ellos dos:

- Entonces, mañana seguimos comparando penas y sorpresas- dijo el tío con una sonrisa.

- Si, mañana empiezo yo desde que llegó la periodista a mi casa- dijo la gemela riéndose, despidiéndose con la mano.

Así que eso era, al día siguiente ellos iban a hablar de su vida entre ellos mientras yo tendría que ir con el periodista del diario para contarle que no conseguí la historia. Me fui a mi carro y cerré la puerta con fuerza mientras maldecía por lo bajo.