jueves, 7 de mayo de 2009

"Jamás" (cuento final)

- ¿Falta muhco para llegar?- Me preguntó Sam. Él era una de las pocas personas que no me sacaban de quicio por su impaciencia.
- Ya falta poco, tranquilo. El bus ya mismo se detiene.
Yo estaba feliz, completamente perdida en las montañas y el cielo, que a través de la ventana del bus se veían como un cuadro hermoso, inspirador. Podría describirlo como una gama de verdes, complementados con el azul, el blanco y las pequeñas partes de café de las zonas llenas de tierra.
Sí, yo los describía así, pero me gustaba más la descripción que Sam me había dado: "Mmm... Predomina el cítrico, de eso no hay duda; también siento un olor frío, debe ser el cielo, y hay tierra, sí, el color arenoso me pica la nariz".

Mi amigo Sam era ciego, pero podía oler los colores.

Cuando el bus se detuvo, Sam saltó se su asiento, estiró los brazos para caminar seguro, y bajó del bus. Yo salí presurosa trás de él, pero la gente de los otros asientos se interpuso entre ambos. Cuando salí, el aire frío de la mañana refrescó mi cuerpo. Sam estaba a un metro de distancia, esperándome.
- ¿por qué te tardaste en bajar?
Olí varios efluvios de la gente, pero no el tuyo, creí que me había perdido.
- Eso sonó asqueroso ¿Sabes?. Además, eso te pasa por apurarte, mejor ya no te alejes, ¿ya?. Ni tú ni yo conocemos bien esta ciudad.

Sólo veníamos de visita un día. La tía de mi mamá me había invitado a pasar en su casa, y yo había aceptado con gran gusto. El único recuerdo que yo tenía de la casa a la que nos dirigíamos era un fogón muy antiguo, en la esquina de un cuarto que en mis recuerdos parecía borroso.
Apenas planeé el viaje llamé a Sam. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para llevarlo, me encantaba pasar con él, su compañía me llenaba mucho.

Salimos del terminal de buses en medio de un centenar de gente, y luego de una caminata de veinte minutos estábamos frente a aquella puerta negra que me transmitía familiaridad.
La tía nos dió la bienvenida. Ella no había cambiado. Aunque su piel estaba más descuidada, su postura un poco más encorvada y las canas en su cabello ahora ocupaban más espacio, ella seguía siendo la misma, con su sonrisa sincera y sus ojos brillantes.
Fuimos a la sala y conversamos largo rato, de la familia, de los recuerdos, de los amigos, de Sam, de su condición, y, como todo aquél que le oía, la tía se quedó maravillada ante la posibilidad de oler colores.
Cuando llegó la hora de comer, la tía, Sam y yo decidimos ir a los sembríos para coger unos choclos.

El paisaje era hermoso: un camino de piedra y tierra, ancho, bordeado por hierba crecida naturalmente, un poco más allá, los campos sembrados, con los maizales creciendo en conjunto, tan armoniosamente. Y a mi lado, Sam, que sin darse cuenta completaba el paisaje, convirtiéndolo todo en mi éxtasis personal.

- Hay mucho verde, ¿cierto?- preguntó en mi dirección.
- Sí, y de muchos tonos.
- Lo sé, siento muchos cítricos- sonrió. También huele a café, supongo que es la tierra. Siento el olor de los choclos también por su color, a más de su aroma, es extraño, una mezcla entre verde y amarillo.
Me encantaba eso, cómo se sorprendía de las nuevas mezclas de colores, cómo su curiosidad y su olfato lo hacían único, cómo me hacía conocer cosas que en mi mente no existían. Y por eso lo Amaba, aunque jamás se lo fuera a decir. Jamás.

Mientras recogíamos los choclos, la tía nos contaba de las leyendas de la región. Cuando tuvimos suficiente comida para los tres, emprendimos la retirada, la tía comenzó a caminar adelante de nosotros para guiarnos, o tal vez para dejarnos solos.
Estábamos a poca distancia de la casa. Yo caminaba tranquila, hasta que me di cuenta de que Sam ya no estaba a mi lado.
Me detuve, di la vuelta y lo vi ahí, parado, con un gesto extraño, olfateando algo.
- ¿Qué pasó?- Le pregunté, caminando hacia él.
-Huelo algo- dijo, alzando la nariz- sé que debo parecer un perro que busca rastro- bromeó.
- No digas eso.
- Tranquila, sólo es broma. Pero en serio, huelo algo, algo nuevo. No me gusta.

La cara de Sam me mostró que no bromeaba, y eso me puso nerviosa.

- ¿Es un color?
- No. Creo... Creo que es un ambiente. No sé, lo siento como un aire denso, es... ¿Oscuro?... es un olor sombrío... ¿Me entiendes?
- La verdad no, pero mejor ya vamos, la tía se está alejando.
- Sólo cinco minutos.
Terminó la frase y comenzó a caminar hacia la izquiera, por una parte de campo que crecía salvaje. Lo seguí sin pensar en nada. No entendía su curiosidad esta vez, mi intuición me guiaba hacia la seguridad de la casa de la tía, pero no quería dejarlo solo.
Nos internamos en ese sendero improvisado sin decir palabra. Él olfateaba por todas partes y yo aguzaba el oído, mientras sentía como cada fibra de mi cuerpo temblaba del miedo.
Seguía mi caminata temorosa y callada, hasta que me choqué contra la espalda de Sam, estaba tan concentrada en mirar a los lados, que no me fijé en que él había interrumpido su caminata, y se tapaba la nariz desesperado, mientras señalaba con la mano al suelo.

Ahí, en el lugar en el que señalaba mi amigo, estaba un hombre adulto, acostado en la hierba, dando sus últimos respiros debido a un montón de sangre en su estómago. Le habían herido.
Me quedé helada. El ver a una persona agonizar, a punto de morir, era algo que nunca quise ver. Causaba una sensación de vacío e impotencia, que aumentó drásticamente cuando el hombre dió su respiro final, y murió. Sam y yo, dos desconocidos en la vida de aquel pobre, habíamos sido los únicos testigos de su muerte.

Llamé a la policía y llegó en cuestión de minutos, algo que me sorprendió debido al recóndito lugar en el que nos encontrábamos. Los médicos, que llegaron también, dijeron que la víctima había sido herida máximo media hora antes.
Luego de las preguntas de rigor, nos llevaron a casa de la tía, quien se impresionó mucho al oír la historia.

El fogón segúía en la esquina del cuarto. Las llamas evocaban un calor que yo no sentía debido la sensación de tristeza que aún me acompañaba. El cuarto que antes no recordaba era la cocina, con paredes blancas y piso de tierra.

Sam y yo estábamos callados ahora. Habíamos hecho un descubrimiento algo perturbador. Él, a más de los colores, olía a la muerte, a la presencia que traía consigo la muerte al momento de llegar. Eso no era un cambio en la vida práctica, pero eso quería decir que él sabría si alguien estuviera atravesando sus horas finales.
Ese pensamiento me removió los nervios hasta lo más profundo, y la pequeña cocina en la que estábamos se torno extraña, tétrica.

Intenté perderme en la visión del fogón, pero un movimiento de Sam me hizo prestarle atención.
- No te asustes- Me dijo, girando el rostro hacia mí-, pero el olor de hoy en la tarde está volviendo. Aún lo siento débil, pero sé por su efluvio que se dirige hacia acá, a este cuarto.

Si lo que Sam decía era cierto, uno de los dos estaba atravesando sus horas finales. Eso me hizo actuar. Frente a la muerte, la palabra "Jamás" perdía todo su significado.

- Sam, ¿quieres venir a mi lado un momento?. Tengo algo que contarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario