jueves, 5 de marzo de 2009

Foto Historia

El campo me asusta.
Aunque ya he venido antes para lo mismo, los recuerdos hacen que cada paso me dé más temor. La señora que va delante mío no se me hace conocida, aunque estoy segura de que las últimas dos veces ya conocía a los que se hacían presentes en el ritual.
Las cámaras fotográficas me asustan.
Es mi turno para el ritual de las velas, y aunque mi madre y mi abuela dicen que es la mejor solución para la diabetes, sigo creyendo que en medio proceso voy a levantarme y salir corriendo.
El dirigente, el mismo desde hace cuatro años, no ha cambiado mucho. Sigue teniendo ojos claros y cansados, tez canela, cuerpo flaco y una sonrisa sincera. Está parado justo frente a mí, me mira durante unos segundos, como si leyera la gran inseguridad que recorre mi cuerpo en estos momentos. Justo ahí, me regala una sonrisa que, como siempre, tiene un efecto tranquilizador en mí.
Camino despacio por las piedras mojadas que son el suelo, sin prestar atención a todos los pares de ojos que me observan. ¡Aún estoy nerviosa! No creo en estos rituales ¡y tampoco quiero ser parte de ellos!, pero la fuerza que ejerce mi familia en mí me ha hecho llegar hasta este sitio.
Mientras me recuesto, el dirigente dice las oraciones ritualísticas. Me lanza agua helada, agua que en vez de relajarme tensa más mis sentidos. Luego, el hombre deja de hablar y se acerca, con velas en sus manos. Lentamente, coloca una en mi boca para que la sostenga ahí. Dos, tres... cinco.... y luego de abrir mi boca como nunca lo he hecho dejo de pensar y estoy dispuesta a desmayarme.




Aunque ya pasaron dos semanas, mi boca aún está lastimada por el esfuerzo en aquel ritual. Lo único que quiero es olvidarme pronto de esa sensación de vómito causado por la cera en mi lengua.
Abro la puerta de mi departamento en busca del períodico matutino que está en el suelo.
¡Rayos! Al parecer ni siquiera el diario quiere que me olvide de ese día: la primera página muestra una foto mía, con las peores fachas. La foto había sido tomada en el momento en que estuve a punto de desmayarme, pues esa imagen era la de una mujer sin vida, con la boca llena de velas, recostada en una piedra que resalta por las hierbas de selva que le rodean, con el cabello y la cara mojados. La noticia que le sigue habla de rituales extraños.


Entro a mi departamento y mientras tomo una taza de café lucho una y otra vez por quitar de mis memorias el dolor de la boca abierta a causa de muchas velas.

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