Buscaba desesperada alguna sombra negra en medio de la nebulosa que era todo. Con su respiración agitada, tanteando con las manos hacia adelante como un ciego sin lazarrillo, trataba de encontar a aquel animal enorme de piel verde y ojos tristes.
El sueño era cada vez más asfixiante, sólo niebla, niebla y niebla; sin ese monstruo que le hacía compañía cada noche.
La niña debió moverse en forma extraña, pues su madre la movió ligeramente para que se despertase.
Abrió los ojos. Cuando despertó, suspiró aliviada. Frente a ella, la tele estaba prendida, y su amigo el dinosaurio todavía estaba ahí.
¿Barney? jaja
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